jueves, 23 de febrero de 2017

Pequeño cuento

...el aroma almendrado que brotaba de la copa de su mejor amigo indicaba una amenaza o advertencia. Por gracia divina había sido volcada sin ser probada por labio alguno, el vino quedó derramado en el mantel. Se peinó el pelo con las manos y dejó fluir el aire (levemente enrarecido por el cianuro) por sus tercos pulmones ennegrecidos por el tabaco. Miró al implacable techo que tapaba el cielo, la bóveda tachonada de estrellas, miró a su amigo y sintió que la respuesta estaba cerca, como si estuviera en la punta de su lengua o en la luz láser que marcaba la frente de su amigo. Pudo ver el encéfalo de su amigo esparcido en la mesa  y oír el sonido del trueno. La rabia cubrió su torrente sanguíneo. Miró hacia la humeante pistola y vio que la sostenía el aire, no apuntaba hacia el. Se le acercó y la empujó, automáticamente calló al suelo. El cargador estaba casi vacío, le quedaba solo una bala. Oyó un murmullo a través de la puerta que daba a esa habitación, se acercó. No pudo reconocer en el discurso más que su nombre y un tono emocional que indicaba que sería el próximo ejecutado. Vio en sus manos la pistola. ¿Abriría la puerta y dispararía o esperaría que la abran? ¿Le dispararía a ellos o a el? Acercó su mano derecha al pomo de la puerta y la retiró. Escuchó la voz más grave alejándose al igual que la más aguda en una dirección y escuchó la respiración de la tercera voz al lado de la puerta. Seguramente lo que fuera estaba fumando un cigarrillo parado tranquilamente esperando a que abriera la puerta, para no disparar a través de ella dejando marcas, o quizá estuviera en la misma posición que el viendo cuando abrir la puerta, con las mismas dudas que el del otro lado, como un reflejo simétrico de si mismo pero con motivaciones diferentes, mas oscuras y siniestras. O quizás estaba sentado en una silla mirando la puerta sosteniendo su mentón con su palma imitando la imagen de la famosa escultura “el pensador” salvo por una sonrisa viperina con su lengua bífida de serpiente y sus ojos sangrando de emoción. Quizá era una bestia aterradora de una especie rayana la extinción que existía desde hace millones de años bajo tierra o proveniente de una lejana estrella que había decidido que era el fin de la humanidad y el comienzo de una nueva era para su raza, o tal ves solo era seguidor de el líder que hubiera decidido eso, o peor todavía, un cipayo humano que había decidido traicionarnos con el fin de obtener un gran poder dentro del estatus de la humanidad ya sometida a esos bichos espantosos.
Inhalé profundamente y decidí que eso abriría la puerta y yo lo liquidaría. Escuché como giraba el pomo de la puerta, y pensé en sangre. Al abrirse la puerta hice sonar mi arma que perforó al hombre verde con branquias y sin nariz que había estado agitando una bandera blanca. Los otros hombres verdes me miraron con una expresión indescifrable en su rostro.

-Manuel, ¿no es una lástima? ¿No había otra forma de solucionar nuestro conflicto con ellos?
-Ya tratamos, pero viste como eran los humanos. Al inicio del conflicto les ofrecimos la paz, después de solo unas pocas muertes de cada lado. Ellos no la aceptaron, no nos dejaron otra alternativa.


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