jueves, 9 de agosto de 2018

Sapo de este pozo

Había sido un chiste tan malo que ni había causado gracia a los sapos de la laguna, los cuales estaban siempre risueños desde que las fábricas de la periferia de la urbe encontraron conveniente arrojar sus residuos en dicho lugar. Me apené un poco al darme cuenta que no me dejarían cruzarla, y debería bordearla para llegar a mi poblado. Siendo así, llegaría más allá de las nueve, en lugar de a las ocho, y ya habría terminado el festival, y debería dormir sin cenar por ser demasiado tarde y yo levantarme demasiado temprano para ir a enseñar al colegio. Ya habiendo caminado la orilla durante quince minutos apareció un sapito un tanto peculiar, teñido de arcoíris.
-¿Queres cruzar? – Preguntó de un modo anómalamente descarado.- Si me das la cinta que hay sobre tu pecho te lo permito.
Sapo de este pozo.
Lo miré con extrañeza. Miré hacia donde señalaba, tenía una cintita roja sobre el centro de mi pecho, tenía escrito algo. La saqué para verla mejor y se puso rosada, tenía escrito mi nombre. La giré un poco, se la entregué al sapito y me ofreció una balsa. Crucé por el río.
La fiesta fue agradable, mis amigas y mis amigos me brindaron mucho afecto y charlamos bastante. Había habido recientemente una abundante pesca de aguas vivas. Estaban sabrosas con tomate y palta. Bebí sin excederme demasiado y caminé en tranquilidad hacia mi hogar.
Dormí con mi frente cultivando una suave resaca que me acompañaría a dar clases entorpeciendo la fluidez de mi lenguaje.
Al despertar con le retronar de la alarma que inauguraba mi día fui a vestirme, luego traté de apagar la alarma pero mis intentos fueron en vano. Desayuné tostadas, agua (mucha) y una aspirina. Agarré el morral, la bicicleta, y pedaleé hasta el colegio. Cuando llegué al aula mi trabalenguas resacoso impidió que se comprendiera nada de lo que mi boca profería… igual los alumnos no registraron mi presencia… incluso pasó una desconocida, vestida de corbata, que dio la clase que debía dar yo. Al tomar todos con naturalidad ese hecho me fui con la furia en mi encarnada al bar, a escabiar.
El dueño no me registró y me serví por mi cuenta lo de siempre. Pagué y me fui cargando preocupación en mi encéfalo. Sentía que me faltaba algo.
Fui a meditar frente a la laguna. Pasó el sol, pasó la luna y varias veces vi repetirse ese ciclo. En una de esas se acercó a mí el sapo arcoíris.
-¿Sabes que cuando me entregaste tu nombre dejaste de ser y pasaste a formar parte de mi imaginación?

Me desperté. Todas las cintitas seguían estando, flotando en el estanque, sobre la hoja.