domingo, 11 de marzo de 2018

La autopista

Me desperté en medio de un valle de faroles y árboles, era de noche. A lo lejos se veía el nacimiento de un monte que terminaba por encima de las nubes (tal vez en el infinito, me imaginé hace unos años). Me levanté y busqué a mi alrededor los árboles blancos. Me dolía la cabeza, como si una estrella de mar de ardiente estuviera pegada desde mi coronilla hacia mi frente. No había ningún árbol que yo conociese hasta donde alcanzaba mi mirada, y de reojo recordaba de mi sueño una sonrisa. Encontré un rastro de sangre en el suelo, como si estuviera mal limpiado, y la tierra parecía un abominable vampiro bebiendo el rastro.
Empecé a seguir el rastro entre árboles y faroles, en paralelo a la montaña, oliendo los jazmines alienígenas que me rodeaban.
Llegué a una cueva, donde había una estatua de piedra de un anciano gnomezco, con una grotesca sonrisa. Me adelanté a esa boca que surgía del suelo.
Había una tenue neblina adentro y un silencio denso como sopa de cebolla, había luces de túnel en el techo. Colgué mirándolas, y en un momento encontré que había perdido el rastro de mi sangre. Recordé la estatua del anciano, tenía sangre entre los dientes. Escuché el ruido a lo lejos, creí comprender todo y eché a correr, hasta que vi que se abría una grieta en el cielo. Los árboles blancos, y el anciano de piedra sonriéndome. Salté como un gato a la rama mas cercana, escuché durante unos minutos su rugido, y después su risa descarada, una carcajada.
-¡Ya te vas a bajar!-Rujia el anciano, relamiéndose entre palabra y palabra.
No le contesté, y fui saltando rama a rama, de árbol en árbol, acercándome a la ciudad.
-Ya te vas a caer, ¡cagón! – rugía a veces.
Yo sentía como pasaba de a poco la semana. Empecé a escuchar los autos a lo lejos, estaba cada vez más cerca de la ciudad.
Vi la autopista.
-¡Vas a venir de  rodillas, pidiéndome que te salve del olvido y de la muerte!-Me dijo, como babeándose de hambre, supuse.

Entré a la ciudad. Vi como yo mismo salía, las personas decidieron olvidarme… me acerqué a hablarles, nadie me escuchaba. Unos diablos y gusanos se me acercaron con lanzas y empezaron a atacarme. Huí despavorido de ese infierno y fui a buscar al anciano de piedra, para que me comiese.
Lo ví a lo lejos, y al borde del desmayo me acerqué a él, sangrando y llorando como un cerdo, colmado de cortaduras que los diablillos y gusanos me habían hecho. El anciano me ofreció un puñado de cerezas, escupió al piso un carozo. Sus dientes parecían manchados de sangre, agarré de las cerezas que el me ofrecía, comí. Empezó a limpiar y curar mis heridas.
-Esta vez no huyas, primero recuperate y después vemos como hacemos para volver.-Dijo el anciano.
-¿Vamos a volver? Se murió el viejo sabio y la Pacha está sellada por un maleficio.

-Vamos a volver, también Odín murió, pero continuaremos igual, tenemos a Minerva de nuestro lado.

Gatos Amarillos

Me desperté en la playa. No había nadie, lo que era raro, estabamos en plena temporada, Mardeajó, cinco de la tarde, cuando esperas escuchar los chillidos de la infancia jugando en el agua salada y el dulce canto de los vendedores de choclo.
El mar… ¿Cómo describirlo? El guardavidas no estaba, pero había dejado la bandera… La bandera era blanca.
Estaba más aburrida la cosa que chupar un clavo, y me molestaba verdaderamente la arena en el culo, por lo que volví a las dunas, para volver a la ciudad.
El viento tiraba arena en mis ojos, como astillas. Cerré los ojos, y con los ojos cerrados me fui corriendo a la ciudad. El viento cesó cuando dejé de sentir que pisaba arena.
Abrí los ojos enrojecidos, y pude ver la ausencia total: a donde mirara era blanco papel, salvo por unos guijarros amarillos patito… agarré uno y sentí una quemadura terrible, y al soltarlo vi que la palma de mi mano había sido devorada por la nada.
Me sentí profundamente desconcertado, y me quedé mirando como idiota para todos lados. Mi desconsuelo frenó al rato, al ver que a lo lejos estaba el inicio de una calle borroneada.
Fui corriendo, hasta que me encontré en el centro de la ciudad. Había una vieja tomando mate en el umbral. Me dirigí hacia mi casa, no había rastros de guijarros, y había gente.

Vi, como si pispeara, salir un reflejo extraño de una alcantarilla, algo amarillo patito, como un globo, decidí ignorarlo. Seguí caminando, y encontré dispersos por la calle, como emisarios del infierno, esfumándolo todo a su tacto, más de ellos que los que hubiera creído poder hallar en una pesadilla. Rendido, tomé un  guijarro, lo tragué.

El otro lado del pantano, o sea, la conciencia.

Helaba la noche y murmuraban los árboles. Estábamos caminando por avenida Rivadavia, cerca de la altura de la plaza flores. Los nidos de los sarrales que allí vivían se quedarían en unas horas sin alimento… saldrían a cazar almas y yo quería estar protegida en mi casa cuando llegase ese entonces.
No podía comprender aún el lenguaje del viento, pero si hubiera podido (aunque fuera por una breve psicosis) habría sabido si me convenía o no tomar el colectivo o seguir caminando. Era poco más que la medianoche y Laura estaba borracha, mirando al cielo, mientras yo no lograba decidirme. A lo lejos se oía un susurro. Decidí no darme vuelta, pero Laura si lo hizo. La miré.
-Eh Caro, ahí está uno de esos pájaros raros.
Carolina chilló y nos echamos a correr (ella cagada en las patas y yo de la risa). Escuché el canto de cuatro notas que anunciaba que había podido alimentarse el pájaro. Escuché que venía el colectivo, miré para atrás y vi a Carolina levantándose del piso, y al zarral yéndose majestuosamente (como un príncipe de las tinieblas). Tenía la mirada esa que tienen quienes nacieron sin haber debido.
El colectivo paró y me subí de un salto antes de que me agarrara una de esas aves del infierno. Pagué mi viaje y me senté en el asiento de más atrás. Me balanceé un poco sobre mi misma para poder tranquilizarme, para tratar de procesar mi tristeza. Se había ido una gran amiga (… para siempre, como si hubiera muerto).
Me bajé dos paradas después de donde debía, troté hasta la puerta. En la casa estaban algunas amigas de joda. Pasé a la cocina para comer algo, ahí estaba Norberto lavando los platos. Le pregunté si había quedado algo de la cena, me señaló la olla. Agarré un tenedor recién limpio y comí lo que quedaba del risotto. Fui hacia la sala en que estaba Delia jugando en la computadora, me paré al lado de ella.
-Cuando estaba viniendo venía con Caro… pero se despertaron los sarrales.-Dijo Laura con su voz queda de siempre.
Dejé la computadora, me dí vuelta, y en poco mas que un instante entendí lo que decía. No lloraba, no se la veía angustiada, me estaba mintiendo. Dijimos un par de boludeces. Escuché el timbre, abrí la puerta, era Carolina. Estaba re dada vuelta. Nos saludamos y fuimos a la sala donde se puso a decirme que el transa la había re cagado y que se sentía re decepcionada.
Carolina estaba a un costado mirando mordiéndose la mano, la escenita de siempre que no le seguía su jueguito pelotudo. Me acerqué a ella, mientras Carolina iba hacia la cocina.
-¿Qué pasa que no la saludas?-Dijo Delia, buscando mi mirada.
-Te lo dije.

-No hagas escenas, si querés inventarte cuentos andá a otra -Escuchamos un grito que venía del lado de la cocina. Fuimos corriendo hacia allí. Carolina estaba muerta y la cabeza de Norberto rodaba por el suelo.