Me desperté
en medio de un valle de faroles y árboles, era de noche. A lo lejos se veía el
nacimiento de un monte que terminaba por encima de las nubes (tal vez en el
infinito, me imaginé hace unos años). Me levanté y busqué a mi alrededor los
árboles blancos. Me dolía la cabeza, como si una estrella de mar de ardiente
estuviera pegada desde mi coronilla hacia mi frente. No había ningún árbol que
yo conociese hasta donde alcanzaba mi mirada, y de reojo recordaba de mi sueño
una sonrisa. Encontré un rastro de sangre en el suelo, como si estuviera mal
limpiado, y la tierra parecía un abominable vampiro bebiendo el rastro.
Empecé a
seguir el rastro entre árboles y faroles, en paralelo a la montaña, oliendo los
jazmines alienígenas que me rodeaban.
Llegué a
una cueva, donde había una estatua de piedra de un anciano gnomezco, con una
grotesca sonrisa. Me adelanté a esa boca que surgía del suelo.
Había una
tenue neblina adentro y un silencio denso como sopa de cebolla, había luces de túnel
en el techo. Colgué mirándolas, y en un momento encontré que había perdido el
rastro de mi sangre. Recordé la estatua del anciano, tenía sangre entre los
dientes. Escuché el ruido a lo lejos, creí comprender todo y eché a correr,
hasta que vi que se abría una grieta en el cielo. Los árboles blancos, y el
anciano de piedra sonriéndome. Salté como un gato a la rama mas cercana,
escuché durante unos minutos su rugido, y después su risa descarada, una
carcajada.
-¡Ya te vas
a bajar!-Rujia el anciano, relamiéndose entre palabra y palabra.
No le
contesté, y fui saltando rama a rama, de árbol en árbol, acercándome a la
ciudad.
-Ya te vas
a caer, ¡cagón! – rugía a veces.
Yo sentía
como pasaba de a poco la semana. Empecé a escuchar los autos a lo lejos, estaba
cada vez más cerca de la ciudad.
Vi la
autopista.
-¡Vas a
venir de rodillas, pidiéndome que te
salve del olvido y de la muerte!-Me dijo, como babeándose de hambre, supuse.
Entré a la
ciudad. Vi como yo mismo salía, las personas decidieron olvidarme… me acerqué a
hablarles, nadie me escuchaba. Unos diablos y gusanos se me acercaron con
lanzas y empezaron a atacarme. Huí despavorido de ese infierno y fui a buscar
al anciano de piedra, para que me comiese.
Lo ví a lo
lejos, y al borde del desmayo me acerqué a él, sangrando y llorando como un
cerdo, colmado de cortaduras que los diablillos y gusanos me habían hecho. El
anciano me ofreció un puñado de cerezas, escupió al piso un carozo. Sus dientes
parecían manchados de sangre, agarré de las cerezas que el me ofrecía, comí.
Empezó a limpiar y curar mis heridas.
-Esta vez
no huyas, primero recuperate y después vemos como hacemos para volver.-Dijo el
anciano.
-¿Vamos a
volver? Se murió el viejo sabio y la Pacha está sellada por un maleficio.
-Vamos a
volver, también Odín murió, pero continuaremos igual, tenemos a Minerva de
nuestro lado.