Cortó el
hilo al terminar de emparchar su mochila negra. Guardó su regla de cálculo y
salió de su departamento, después del edificio, y al final se dirigió a la
parada de colectivo.
Era absurdo
que, siendo ingeniero informático, usase regla de cálculo, aunque fuera para su
labor como ingeniero electricista, pero el era tan excéntrico que no era claro
como había sido chapado.
El siete no
llegaba más. A las cuatro y media habían pasado dos horas desde que llegó a la
parada. Ya comenzaba a salir el sol, al final se tomó un taxi (no quería perder
el micro en retiro, que salía a las siete). Tenía que ir a ver como había que
instalar la red eléctrica entre dos poblaciones del chaco. Por suerte llegó a
tiempo a retiro.
No hay
mucho que comentar del viaje, Emiliano lo transitó dormido, no hubo
inconvenientes, fue absolutamente normal. Después alquiló un auto y se metió en
la ruta 57 durante unos kilómetros, para después desviar su rumbo hacia el
medio de la nada. Armado solo con un mapa se internó en el desierto, y al caer
la noche se echó a dormir en fuera del auto.
Al día
siguiente se despertó con un fuerte dolor de cabeza y un poco de hambre. Se
comió unos sándwiches que guardaba en una heladerita portátil que tenía dentro
de la mochila. Después se dio cuenta que no tenía suficiente combustible como
para ir y volver. Decidió reanudar el viaje y ver después de terminar el
trabajo si podía conseguir nafta.
Cuando ya
había vuelto a manejar un buen rato pasó un uniformado montado a caballo
enfrente suyo que lo hizo detener. Parecía de finales de siglo diecinueve o
principios del veinte, y tenía un leve acento inglés.
-¿Qué hace
usted en las tierras del Abad Maximiliano Calvino?-Dijo el soldado, frenando su
caballo y poniendo una mano sobre su pistola.
-Estaba
yendo rumbo a…-Dijo Emiliano pero fue callado prepotentemente.
-Baje de su
carro y presente su libreta de enrolamiento.-Ordenó el soldado con tal
seguridad que Emiliano se bajó de su auto y le mostró el documento.
-¿Usted no
tiene libreta de enrolamiento, señor?-Preguntó el oficial, levantando una ceja.
-No.-Afirmó
Emiliano. El soldado le pegó un golpe con un bastón y con el que lo noqueó.
Emiliano se despertó tres horas después, más o menos, encadenado en un sótano.
Lo estaban revisando entre el soldado y quien parecía un hacendado (aunque de
mediados del siglo veinte) con la mirada. El soldado lo tocaba con el tacón de
su bota militar.
-Es un
proscrito, escapó del servicio militar.-Dijo con asco el soldado.
El
hacendado lo miró, le revisó los dientes, los brazos y decidió:
-Va a
servir bien para las labores de labranza. Llévalo para que comience a cosechar
el choclo.-Le dijo al soldado, el cual llevó de los pelos a Emiliano hacia el
campo. Le sacó las cadenas y le indicó que imitase a los otros esclavos.
Emiliano, desconcertado, comenzó a tratar de realizar dicha tarea, pero su gran
torpeza lo llevó a enfurecer al mayoral que lo comenzó a correr con un látigo.
Emiliano se fue rajando pero lo alcanzó la bestia y lo azotó. De reojo, durante
el castigo, Emiliano se dio cuenta que el mayoral estaba flotando en el aire,
no tenía pies. También se dio cuenta que su piel era de color turquesa. Cada
diez latigazos se detenía un instante a descansar el sádico ser y en uno de
esos intervalos Emiliano aprovechó para salir corriendo, comenzó a escuchar un
silbido agudo en el que iban subiendo cada armónico de volumen progresivamente.
Sin mirar atrás llegó, sin saber como, hasta donde estaba su auto. Tenía el
tanque lleno. Arrancó el auto a toda velocidad. Apareció sentado al lado suyo
una rata.
-No vuelvas
a pasar por acá, ¿entendido? La próxima vez te vamos a quitar el alma y te
vamos a dejar cultivando al igual que a los otros humanos.
-Esta
bien.-Dijo el ingeniero. La rata se tiró por la ventana del auto, la cual
estaba cerrada. Pasó como si tan solo fuera un holograma. Sus pies tocaban el acelerador
cuando sintió que algo observaba su huida, y aunque miró por el retrovisor no
podía ver a través del mismo.
A la media
hora llegó a donde tenía que comenzar a proyectar la obra. Un anciano le
preguntó por que se hallaba pálido.
-Del terror
por ver a quienes acechaban en el día, allá a lo lejos-dijo el ingeniero.