martes, 1 de julio de 2014

Sexto noble


Juan estaba sentado en su Sillón, con un pucho en la mano a punto de acabarse. Las cenizas seguían en él. La banda hace meses se disolvió, su bandoneón no se volvería a escuchar más, oxidado demasiado estaba. Juan suspiro y con su voz cansada se dijo:
La droga me hizo mierda, voy a dejarla- acto seguido, saco una jeringa con un liquido un poquito fluorescente y se inyectó.
Juan se levanto del sillón. La casa estaba triste y ruinosa. Juan dio quince pasos.
El Suelo pensó “¿Por qué siempre me pasan por encima?”. Crujió de dolor cada una de sus vértebras. A Juan se le cayó una lágrima de la mejilla. La Puerta se abrió,  por pena a él. El Pájaro se alejo de Juan y fue a su Nido llevando delicadamente un Gusano en su boca.
El Árbol en el que el Nido estaba se sintió sumamente deprimido. Pensó “¿Por qué tuvieron que tener tantos cachorritos los perros de la Casa del Parque?”. La Tierra cada vez era peor anfitriona y él casi se murió en la última podada. La escasez de gusanos y el exceso de glifosato lo estaban matando.
Un Parlante  anunció “vamos ganando la guerra contra Italia, ¡viva…!”. La voz se detuvo, no solo esa voz, todas las voces. Justo en ese momento la Ciudad de Buenos Aires se transformo en la tercera Hiroshima.

Pesadilla Chaquenia


Cortó el hilo al terminar de emparchar su mochila negra. Guardó su regla de cálculo y salió de su departamento, después del edificio, y al final se dirigió a la parada de colectivo.
Era absurdo que, siendo ingeniero informático, usase regla de cálculo, aunque fuera para su labor como ingeniero electricista, pero el era tan excéntrico que no era claro como había sido chapado.
El siete no llegaba más. A las cuatro y media habían pasado dos horas desde que llegó a la parada. Ya comenzaba a salir el sol, al final se tomó un taxi (no quería perder el micro en retiro, que salía a las siete). Tenía que ir a ver como había que instalar la red eléctrica entre dos poblaciones del chaco. Por suerte llegó a tiempo a retiro.
No hay mucho que comentar del viaje, Emiliano lo transitó dormido, no hubo inconvenientes, fue absolutamente normal. Después alquiló un auto y se metió en la ruta 57 durante unos kilómetros, para después desviar su rumbo hacia el medio de la nada. Armado solo con un mapa se internó en el desierto, y al caer la noche se echó a dormir en fuera del auto.
Al día siguiente se despertó con un fuerte dolor de cabeza y un poco de hambre. Se comió unos sándwiches que guardaba en una heladerita portátil que tenía dentro de la mochila. Después se dio cuenta que no tenía suficiente combustible como para ir y volver. Decidió reanudar el viaje y ver después de terminar el trabajo si podía conseguir nafta.
Cuando ya había vuelto a manejar un buen rato pasó un uniformado montado a caballo enfrente suyo que lo hizo detener. Parecía de finales de siglo diecinueve o principios del veinte, y tenía un leve acento inglés.
-¿Qué hace usted en las tierras del Abad Maximiliano Calvino?-Dijo el soldado, frenando su caballo y poniendo una mano sobre su pistola.
-Estaba yendo rumbo a…-Dijo Emiliano pero fue callado prepotentemente.
-Baje de su carro y presente su libreta de enrolamiento.-Ordenó el soldado con tal seguridad que Emiliano se bajó de su auto y le mostró el documento.
-¿Usted no tiene libreta de enrolamiento, señor?-Preguntó el oficial, levantando una ceja.
-No.-Afirmó Emiliano. El soldado le pegó un golpe con un bastón y con el que lo noqueó. Emiliano se despertó tres horas después, más o menos, encadenado en un sótano. Lo estaban revisando entre el soldado y quien parecía un hacendado (aunque de mediados del siglo veinte) con la mirada. El soldado lo tocaba con el tacón de su bota militar.
-Es un proscrito, escapó del servicio militar.-Dijo con asco el soldado.
El hacendado lo miró, le revisó los dientes, los brazos y decidió:
-Va a servir bien para las labores de labranza. Llévalo para que comience a cosechar el choclo.-Le dijo al soldado, el cual llevó de los pelos a Emiliano hacia el campo. Le sacó las cadenas y le indicó que imitase a los otros esclavos. Emiliano, desconcertado, comenzó a tratar de realizar dicha tarea, pero su gran torpeza lo llevó a enfurecer al mayoral que lo comenzó a correr con un látigo. Emiliano se fue rajando pero lo alcanzó la bestia y lo azotó. De reojo, durante el castigo, Emiliano se dio cuenta que el mayoral estaba flotando en el aire, no tenía pies. También se dio cuenta que su piel era de color turquesa. Cada diez latigazos se detenía un instante a descansar el sádico ser y en uno de esos intervalos Emiliano aprovechó para salir corriendo, comenzó a escuchar un silbido agudo en el que iban subiendo cada armónico de volumen progresivamente. Sin mirar atrás llegó, sin saber como, hasta donde estaba su auto. Tenía el tanque lleno. Arrancó el auto a toda velocidad. Apareció sentado al lado suyo una rata.
-No vuelvas a pasar por acá, ¿entendido? La próxima vez te vamos a quitar el alma y te vamos a dejar cultivando al igual que a los otros humanos.
-Esta bien.-Dijo el ingeniero. La rata se tiró por la ventana del auto, la cual estaba cerrada. Pasó como si tan solo fuera un holograma. Sus pies tocaban el acelerador cuando sintió que algo observaba su huida, y aunque miró por el retrovisor no podía ver a través del mismo.
A la media hora llegó a donde tenía que comenzar a proyectar la obra. Un anciano le preguntó por que se hallaba pálido.
-Del terror por ver a quienes acechaban en el día, allá a lo lejos-dijo el ingeniero.

miércoles, 11 de junio de 2014

Pude beber de sus labios


Fue el último cartón verde que pudimos tomar. Le miré a los ojos, estaba por llorar. Escuchamos una melodía melancólica a lo lejos proveniente de una flauta dulce. Agarré de las manos suyas y le llevé hacia el lugar del que salía la hermosa música, doblando por el callejón, saliendo a una calle que tenía una ínfima plazoleta en una esquina del suburbio porteño. A primera vista no vimos por donde seguir, hasta que (guiados por la música) vimos una puertita de hierro oxidado que estaba abierta. Al pasar comenzamos a escuchar violines y cellos tocando con armonías ampliamente cromáticas y disonantes.
Al llegar al salón en que transcurría la música vimos a un grupo de cadáveres tocando los instrumentos y a un demoño dirigiendo la orquesta. Entre su público estaba una elite insospechada, cubierta en joyas, oro y plata, entre los cuales estaba Roca (genocida argentino del siglo XIX), Mantieri y Liar. Bebían de copas llenas de sangre fermentada. Vi caérsele un flautín a uno de los músicos, sus huesos se esparcieron por el suelo. Lo tomé y tuve la impresión de que había cometido soberano error que me llevó a pensar que estaría atrapado para siempre. Nos dimos vuelta y salimos de la cueva urbana para encontrarnos en mataderos, y realizarnos que no había ocurrido nada de eso, que seguíamos en constitución, escabiando, en el umbral de una vieja iglesia. Toqué una pequeña melodía dulce en el flautín en homenaje a la persona a quien amaba, que estaba a mi lado. Miramos al cielo nocturno, estaba nublado, miramos a la tierra, estaba meada, nos miramos, nos tomamos el uno al otro. Solo por eso no sería otro día mas para el olvido.