lunes, 8 de octubre de 2018

En el nombre del lector

¿Sabes que es lo triste de dormir? La gente usualmente tiene dos respuestas: una es, con algún dejo de romanticismo melancólico, dormir es triste porque al despertár dejas de soñar. La otra afirmación es de un optimismo tanguero. Un tercio de tu vida se va sin sentido alguno.

Mientras miro por la ventana del tren, me pregunto si mi respuesta personal es valida. A pocas estaciones de distancia hay alguien esperándome (o estará esperando allí a mi llegada).
Quiero concretar mi sueño. Un día leí en un sueño un cuento que jamás había leído, referido a un misterioso libro arcano. El cuento después lo leí en una antología de cuentos argentinos.  Desde ese día solo sueño con cuentos que leo, y mientras los leo se que mi sangre se vuelve tinta y se escabulle, para escribir las páginas del próximo libro que iré a leer. Después, ya despierto, encuentro que todo lo que leo ya lo hube leído anteriormente. Siendo librero, y la pasión de mi vida la lectura, siento que mi vida ha quedado descolorida. Hace poco llegué a la conclusión de que si no conseguía el libro de mi sueño y podía romper la maldición dormir me llevaría al suicidio.
En la búsqueda de mi zahir no he cesado en recorrer las librerías y bibliotecas de la ciudad de buenos aires. Vanamente.
Ayer a la noche el Tano me llamó por teléfono, me dijo que encontró el libro por Lincoln, en una biblioteca abandonada que hay en el subsuelo de una casa habitada solo por un “anciano decrépito”.
Al llegar a la estación de tren y saludar al Tano siento perder la conciencia. Al despertár, tengo los ojos vendados, y siento el ronroneo de un auto (supongo que estoy en uno).
-¿Qué pasa?-Digo.
-Estamos por entrar en la casa, el viejo me dijo que no quiere que se sepa que el tiene el libro oculto allí.
Escucho apagarse el motor. Me llevan hacia un lugar, escucho abrirse las puertas. Me sacan la venda de los ojos y saludo a un señor cano, con las manos enjoyadas con anillos dorados. Se sonríe morbosamente. Me invita a pasar al sótano, lo sigo. A paso de tortuga llegamos a un anaquel. Me señala entre los tomos uno no muy grueso.
-Nunca comprendí lo que me decía, más allá de que fuese fascinante lo que de él se contaba. Hace años lo encontré en la biblioteca nacional. Después de obsesionarme unos meses con él, comenzó a ocurrir que toda hoja que buscara en el decía siempre lo mismo. “A vos no te convoqué”. Me aburrí y lo dejé acá juntando mugre.
A mí si me había llamado, le pedí al señor que me deje contemplar a solas el libro. Se rió pa’ sus adentros y se fue. Lo saqué cuidadosamente de la estantería, abrí el libro de arena, se abrieron las venas de mi mano derecha, se transformaron en una lapicera. Comencé a escribir.

HOY SOY EL LIBRO Y SOY FELIZ (ya no duermo).

jueves, 4 de octubre de 2018

Como un perro

Juan abrió la puerta. La mesa quieta, de patas verdes, con una de las cuatro sillas que se escondían debajo de su tabla invitándolo a sentarse.
Estaba Marina sentada frente a donde Juan se iba a sentar, apagando la tele. Marina saludó a Juan con gran calidez, le ofreció mate y biscochitos.
-¿Cómo estás, querido? Volviste temprano hoy.
-Terminé temprano las cosas y el jefe me dijo que no era necesario que me quedara perdiendo el tiempo para completar el horario. –Dijo Juan, entre sorbo y sorbo.- ¿Cómo te fue con la entrevista?
-En la radio no funcionaba el teléfono, tuve que pasar música y cambiar dos bloques del programa.
Después de un rato de charlar fueron a los sillones a ver la tele, abrazados. Al rato llegó carlo’ y le dijo a Juan de ir a tomar una birra a mitad de cuadra, mientras miraban el fulbo’. Las paredes miraban lagrimeando, sollozando discretamente.
Como un perro (cuento)
En el bar, Sebastián tenía el alma atenta a la radio, cuando llegaron Juan y Carlo’. Pedro atento con su café al disimulado diario. Se sentaron a escabiar, comer maní, un tostado de jamón y queso, y a decodificar con el relato de la radio el river-boca. Pedro resolvía, resignado, los crucigramas, y sin que Juan lo viera él lo miraba de reojo. Cuando terminó el primer tiempo se le acercó, a Juan, Pedro, para confesarle que siempre lo había amado. Juan no supo que responder, se sonrojó.
Mónica llegó al bar y se sentó a repasar el libro de termotecnia avanzada. Al ratito se acercó a pedirle un té a Sebastián y le preguntó a Pedro sí tenía un minuto para arreglar un par de cosas de las clases de la escuela. Pedro se descongeló y fue con ella a planificar tercer grado, se pidió otra cerveza mientras Juan y Sebastián volvían a sintonizarse con el partido.
Cuando terminó el partido Carlo’ se despidió de Juan. Juan fue a pasear un rato al parque, porque le llegó un mensaje de texto al celular que decía “encontremonos junto a la casita del parque avellaneda”. La remitente había sido Sofía. Cuando Juan llegó, ella le dijo que su deuda había sido saldada. Él la abrazó y después de unos mates volvió para su casa.
Buenos Aires
Marina y Laura estaban jugando al ajedrez. Las tres personas se pusieron a charlar sobre abstracciones. A dos jugadas del mate, sonó el timbre. Marina tomó su bici y se fue, mientras entraba el inspector. Indicó que quería hablar a solas con Juan. Laura lo abrazó intensamente y se fue. Juan sirvió dos tés. El inspector agregó azucar a las dos tazas. Le informó a Juan que, por más que fuera un buen tipo, había cometido un Delito que lo llevaba a una situación grave con la ley. Juan decidió tomar el té, aceptando la muerte, para no tener que pedir juicio ni replica. El consideraba justo su castigo.

Marina lloraba. Carlo’ lloraba. Sebastián y Sofía lloraban. Pedro lloraba. Laura lloraba. Mónica lloraba. Juan ya no, pero su cadáver era coronado por una sonrisa.
Tango