Juan abrió
la puerta. La mesa quieta, de patas verdes, con una de las cuatro sillas que se
escondían debajo de su tabla invitándolo a sentarse.
Estaba
Marina sentada frente a donde Juan se iba a sentar, apagando la tele. Marina saludó
a Juan con gran calidez, le ofreció mate y biscochitos.
-¿Cómo
estás, querido? Volviste temprano hoy.
-Terminé
temprano las cosas y el jefe me dijo que no era necesario que me quedara
perdiendo el tiempo para completar el horario. –Dijo Juan, entre sorbo y
sorbo.- ¿Cómo te fue con la entrevista?
-En la
radio no funcionaba el teléfono, tuve que pasar música y cambiar dos bloques
del programa.
Después de
un rato de charlar fueron a los sillones a ver la tele, abrazados. Al rato
llegó carlo’ y le dijo a Juan de ir a tomar una birra a mitad de cuadra,
mientras miraban el fulbo’. Las paredes miraban lagrimeando, sollozando
discretamente.
En el bar,
Sebastián tenía el alma atenta a la radio, cuando llegaron Juan y Carlo’. Pedro
atento con su café al disimulado diario. Se sentaron a escabiar, comer maní, un
tostado de jamón y queso, y a decodificar con el relato de la radio el
river-boca. Pedro resolvía, resignado, los crucigramas, y sin que Juan lo viera
él lo miraba de reojo. Cuando terminó el primer tiempo se le acercó, a Juan,
Pedro, para confesarle que siempre lo había amado. Juan no supo que responder,
se sonrojó.
Mónica
llegó al bar y se sentó a repasar el libro de termotecnia avanzada. Al ratito
se acercó a pedirle un té a Sebastián y le preguntó a Pedro sí tenía un minuto para
arreglar un par de cosas de las clases de la escuela. Pedro se descongeló y fue
con ella a planificar tercer grado, se pidió otra cerveza mientras Juan y
Sebastián volvían a sintonizarse con el partido.
Cuando
terminó el partido Carlo’ se despidió de Juan. Juan fue a pasear un rato al
parque, porque le llegó un mensaje de texto al celular que decía “encontremonos
junto a la casita del parque avellaneda”. La remitente había sido Sofía. Cuando
Juan llegó, ella le dijo que su deuda había sido saldada. Él la abrazó y
después de unos mates volvió para su casa.
Marina y
Laura estaban jugando al ajedrez. Las tres personas se pusieron a charlar sobre
abstracciones. A dos jugadas del mate, sonó el timbre. Marina tomó su bici y se
fue, mientras entraba el inspector. Indicó que quería hablar a solas con Juan.
Laura lo abrazó intensamente y se fue. Juan sirvió dos tés. El inspector agregó
azucar a las dos tazas. Le informó a Juan que, por más que fuera un buen tipo,
había cometido un Delito que lo llevaba a una situación grave con la ley. Juan
decidió tomar el té, aceptando la muerte, para no tener que pedir juicio ni
replica. El consideraba justo su castigo.
Marina
lloraba. Carlo’ lloraba. Sebastián y Sofía lloraban. Pedro lloraba. Laura
lloraba. Mónica lloraba. Juan ya no, pero su cadáver era coronado por una
sonrisa.
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