domingo, 11 de marzo de 2018

Gatos Amarillos

Me desperté en la playa. No había nadie, lo que era raro, estabamos en plena temporada, Mardeajó, cinco de la tarde, cuando esperas escuchar los chillidos de la infancia jugando en el agua salada y el dulce canto de los vendedores de choclo.
El mar… ¿Cómo describirlo? El guardavidas no estaba, pero había dejado la bandera… La bandera era blanca.
Estaba más aburrida la cosa que chupar un clavo, y me molestaba verdaderamente la arena en el culo, por lo que volví a las dunas, para volver a la ciudad.
El viento tiraba arena en mis ojos, como astillas. Cerré los ojos, y con los ojos cerrados me fui corriendo a la ciudad. El viento cesó cuando dejé de sentir que pisaba arena.
Abrí los ojos enrojecidos, y pude ver la ausencia total: a donde mirara era blanco papel, salvo por unos guijarros amarillos patito… agarré uno y sentí una quemadura terrible, y al soltarlo vi que la palma de mi mano había sido devorada por la nada.
Me sentí profundamente desconcertado, y me quedé mirando como idiota para todos lados. Mi desconsuelo frenó al rato, al ver que a lo lejos estaba el inicio de una calle borroneada.
Fui corriendo, hasta que me encontré en el centro de la ciudad. Había una vieja tomando mate en el umbral. Me dirigí hacia mi casa, no había rastros de guijarros, y había gente.

Vi, como si pispeara, salir un reflejo extraño de una alcantarilla, algo amarillo patito, como un globo, decidí ignorarlo. Seguí caminando, y encontré dispersos por la calle, como emisarios del infierno, esfumándolo todo a su tacto, más de ellos que los que hubiera creído poder hallar en una pesadilla. Rendido, tomé un  guijarro, lo tragué.

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