martes, 15 de mayo de 2018

Viento escarlata

El viento lo decía todo. Este día era el profetizado, y este mundo maldito cesaría al punto de no quedar de él más que olvido, ni ruinas siquiera. Sus cenizas se las llevaría el viento.
Clara Corría por la calle, cubriendo de las quemaduras su cuerpo con su gruesa campera de simil cuero. El viento cortante había hecho refugiar a les camioneres en los bares, tras espesas jarras de cerveza, que agoraban el fin eventual de la jornada, pero Clara veía más allá de su seguridad: Tenía una misión.
No se veía el horizonte, desdibujado por ondas de extraña procedencia. Al llegar a la puerta de la galería abrió la puerta, disparó hacia dentro, y cerró en menos de un pestañeo. Se internó en la estructura para encontrarse con Andres y Sansón, quienes estaban frotándose y besándose con mucho énfasis sobre la mesa de la recepción.
-Chée, aflojen un toque. Hay cosas que hacer, el mundo no se puede acabar hoy.- Dijo Clara, mirando en otra dirección.
Con un gesto digno de un león, Andres acabó sobre sansón, y se inclinó a succionar el orgasmo de su compañero. Luego, se limpió los labios, se puso el pantalón, y sacó las llaves.
-¿Estás segura de intentarlo?-Tomás dijo acercándose a la puerta.
-Mirá que ir contra el destino-Dijo, recostado, Sansón.
-Los profetas del fuego sagrado no merecen el placer de arrasarnos, el mundo estéril de sus sueños (al que quieren retornar, como los dioses quisieron el olvido de Prometeo y sus artes) no merece lugar ni recuerdo. Vencimos la esclavitud, vencimos el hambre, el odio puede ser vencido.
Con esas palabras, Clara avanzó por los pasillos amuralados hacia la sala de las armas. El arsenal era formidable, pero ella solo necesitaba el revolver aguja. Arma pequeña de gran precisión. Lo tomó como a un niño del diablo, y cuando estuvo al borde de meditar, lo guaró en un bolsillo interno de su chaleco y caminó derecho hacia el tunel que la dejaría en el lugar crucial.
Entre mis compañeres había quien se había logrado infiltrar entre los profetas, servidores del "odio cósmico". Fue tarde, a ellos les habían ya dicho como invadir.
Tarde, pero no tanto. Su plan dependía en un solo eslabón fundamental de la acción de una única persona. Yo no tenía seguridad sobre quien sería, pero alguien se infiltraría a la central para causar alguna falla, no teníamos claro de que tipo.
Me oculté en un rincón sobre uno de los equipos casi tan altos como la habitación, y tranquila esperé.
Pasaron las horas.
Se acumulaba el sueño.
Se acumulaba la irritación.
Mi cerebro buscaba el odio,
tuvo donde encontrarlo.
Casi a la medianoche llegó un viejo de cara de serpiente a la habitación, apunté a su nuca, giró ya habiendo prendido el equipo que llevaba. Me miró fijamente.
-Detenerme, inmolarme, no servirá de nada. Suelta tu dolor, suelta tu esperanza ¿acaso no sabes que el mundo hoy se acaba? Yo solo soy peón de un ajedrez que juegan dos soldados en medio de la guerra. Como si yo solo fuera una fugaz ficción, mi vida o mi muerte no cambiarán nada.
Seguí apuntando, pero aflojé las manos. El enchufó la máquina y se fue. Volví por el túnel, mientras oía las hojas pisadas.
Llegué a la sala de armas, dejé el revolver.
Volví entre los murales y el crepitar. Me miraron consternados a mi regreso. Yo sentía la respiración como un sueño ya aliviada a pesar de la humareda.
-¿Por qué? ¿Al final cediste ante el destino?
-No, salgamos a ver el amanecer nocturno-Dije calmamente.
Entre toces, subimos las escaleras hasta el final del edificio. Era hermoso el carmesí.
Aterrizaban los ellos, pero yo era feliz.
Solo quería ver el mundo arder.

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